Verano de 1964, Coco Chanel se fotografiaba en su
suite del Hotel Ritz en París, en el que fue
su hogar durante 30 años.
Verano de 1964, Marina
Abramovic, que cumplía 18 años, se tumbaba en un parque de Belgrado y
empezaba a preguntarse cosas y a experimentar
respuestas.
Verano de 1964, el siete
de agosto por la tarde, en una casa de la calle Monjas en Lepe, una
mujer planchaba con la puerta de la calle un poco abierta para que
entrara un poco de aire. El calor era sofocante. Sintió, de
pronto, el agüilla correr entre sus piernas. Había roto aguas.
Rápidamente se puso en
marcha todo el dispositivo: Maria la Zacero, la madre de
aquella mujer, avisó a su cuñada Ana y a Juana Castillo.
También avisó a
su prima hermana Manuela la Puchichina, que había heredado de
su madre el oficio de comadrona.
Prepararon los barreños
con agua hervida y aun caliente, las toallas limpias, los trapos de
algodón cortados en cuadrados grandes y en tiras largas y la bañera
de loza donde lavarían al niño cuando naciera.
Sí, al niño, porque
todos estaban seguros de que sería un niño, porque no paraba de dar patadas,
porque no paraba de moverse en el vientre de su madre.
La mujer que
había roto aguas tenía, desde hacía tiempo preparada, la canastilla
para la nueva criatura, ropita de color blanca y algo de color
celeste.
Tenía, desde hacia tiempo preparado, hasta el
cordoncillo de bramante con el que anudarían el cordón umbilical del bebe y que
poco a poco se iría secando hasta desprenderse.
Tenía preparada hasta la cajita de madera de cedro, donde
luego, guardaría la tripilla seca.
La mujer que había roto
aguas, guardaba las tripillas secas de sus hijos; decían en el
pueblo que daba buena suerte y ella necesitaba la buena suerte.
Tanto ella como su madre
María, como su tía Ana, como Juana, como Manuela, venían de tener muy mala
suerte con su hijo, o su marido, o su hermano, o su yerno asesinado en la
guerra civil, desaparecido y enterrado en una fosa; o ahogado y desaparecido en el fondo del mar …
Si, habían tenido mala
suerte, pero una vida nueva llegaba y era imparable.
Esta vida nueva llego al
amanecer del 8 de agosto y Manuela la comadrona le dio unos
buenos cachetes en el culo para que rompiese a llorar, porque la criatura se había quedado muda del asombro que le produjo las caras de aquellas mujeres
de negro luto pero de manos y ojos llenos de amor.
La mujer lo había preparado todo en aquel pueblo alejado de París y de Belgrado.
La mujer que había roto
aguas es mi madre.
Y hablo de Coco Chanel y
de Marina Abramovic, porque mi admiración hacia mi madre, mi
abuela Maria, mi tía Ana, Juana y Manuela es infinita.
Mi
veneración, absoluta.
Ellas
vivían en una España, a la que yo llegue, donde las calles eran de tierra, los grifos eran cántaros y tinajas de barro, y era inútil y estéril sentir miedo porque el plan B por si algo iba mal en el
parto era el plan A..
Hoy,
con los años recién cumplidos, las confronto a unas con las otras, 1964.
Y entonces
la mujer que me dio la vida y las que me ayudaron a nacer
Se
agigantan.
Se
hacen tremendas.
Se
transforman en arquetipos.
Ellas
son las heroínas silenciosas y fuertes que han
parido esta sociedad que ahora nos monitoriza y medicaliza hasta la extenuación.
Gracias
mamá por tu sombra.
Pepa Muriel
Verano
de 2016.
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